"Sus pasos resonaron en el profundo silencio. Sintiéronse rodeados de la rumorosa calma de un jardín abandonado, en el que eran más los quioscos y las estatuas que los árboles. Anduvieron bajo ruinosas columnatas que repercutían sus pasos con extraño eco; sobre losas que devolvían la sonoridad de sus huellas con ese estruendo sordo de los lugares huecos y oscuros. La nada estremecida en su desierto por un ligero rozamiento de vida.
Los muertos que dormían allí estaban bien muertos, sin la leve resurrección del recuerdo, en completo abandono, consumiéndose en la podedumbre universal, anónimos separados por siempre de la vida, sin que de la immediata colmena de gentes viniese nadie a reanimar con llantos y ofrendas la efímera personalidad que tuvieron, el nombre que les rotuló por un instante."
Vicente Blasco Ibáñez, La Maja Desnuda, 2.º ed., Barcelona: Plaza & Janes, 1978, p. 241.
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