"—¿Yo, de qué suerte? ¿Cómo puedo ser él, si estoy aquí vivo y sano, y no tan necio?
—Ése es el mayor engaño —ponderó Critilo—. Sabe, pues, que aquel desdichado extranjero es el hombre de todos, y todos somos él. Entra en este teatro de tragedias llorando, comiénzanle a cantar y encantar con falsedades; desnudo llega y desnudo sale, que nada saca después de haber servido a tan ruines amos. Recíbele aquel primer embustero, que es el Mundo, ofrécele mucho y nada cumple, dale lo que a otros quita para volvérselo a tomar con tal presteza que lo que con una mano le presenta, con la otra se lo ausenta, y todo para nada. Aquel otro que le convida a holgarse es el Gusto, tan falso en sus deleites cuan cierto en sus pesares; su comida es sin sustancia, y su bebida venenos. A lo mejor, falta el fundamento de la Verdad, y da con todo en tierra. Llega la Salud, que cuanto más le asegura más le miente. Aquellos que le dan priesa son los Males; las Penas le dan vaya, y grita los Dolores: vil canalla toda de la Fortuna. Finalmente, aquel viejo peor que todos, de malicia envejecida, es el Tiempo, que le da el traspié y le arroja en la sepultura, donde le deja muerto, solo, desnudo y olvidado. De suerte que, si bien se nota, todo cuanto hay se burla del miserable hombre: el mundo le engaña, la vida le miente, la fortuna le burla, la salud le falta, la edad se pasa, el mal le da priesa, el bien se le ausenta, los años huyen, los contentos no llegan, el tiempo vuela, la vida se acaba, la muerte le coge, la sepultura le traga, la tierra le cubre, la pudrición le deshace, el olvido le aniquila: y el que ayer fue nombre, hoy es polvo, y mañana nada. Pero ¿hasta cuándo perdidos habemos de estar, perdiendo el precioso tiempo? Volvamos ya a nuestro camino derecho, que aquí, según veo, no hay que aguardar sino un engaño tras otro engaño."
Baltasar Gracián, El Criticón, 7ª ed., Madrid: Espasa-Calpe, 1968, p. 70.
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